Desear su presencia a cualquier precio

Anteriormente hablamos de la necesidad de una búsqueda de una relación íntima con Dios, basados en el libro “Serás un buscador de Dios si…”. Ahora, observaremos otra de esas cualidades necesarias para ello: desear su presencia a cualquier precio.

¿Cuántas veces hemos cantado sobre la presencia de Dios y cuánto la anhelamos? Muchas veces repetimos frases como “amamos tu presencia”, “llénanos de tu presencia”, “queremos más de ti”, y es un deseo válido cuando sale de lo más profundo del corazón, pero cuidado con decirlo sin sentirlo.

Hasta aquí hemos dicho que seremos verdaderos buscadores de Dios si sólo anhelamos su presencia, si la buscamos con hambre, sin importar las formas ni ser “religiosamente correctos”, si buscamos habitación más que visitación. Pero el autor de “Serás un buscador de Dios si…” nos hace una pregunta sumamente importante: “¿Sabes realmente lo que pides cuando dices: ‘quiero a Dios’?”.

El encuentro, lo más importante

Tener un encuentro con el Padre es lo más importante para el cristiano. Anhelamos hablar cara a cara con Él como lo hacía Moisés, ser su amigo, como Abraham, pero en nuestra cabeza simplificamos esa situación, ese instante en el que la gloria de Dios se manifiesta. Quizás tengamos una idea de lo que puede ser ese hermoso momento, pero jamás estaremos completamente listos para ello. “Cuando Dios se presenta, no estará preparado para la realidad de su presencia”.

El profeta Isaías cuenta: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo” (Isaías 6:1-4).

En la teoría todos creemos que buscar la presencia de Dios debe ser lo más importante, queremos que su gloria llene nuestras vidas, que inunde todo nuestro ser. En la práctica quizás hagamos todo lo necesario para que así sea, pero cuando la presencia de Dios aparece “lo primero que haces es lo mismo que hizo Isaías cuando vio al Señor alto y sublime. Gritó desde las profundidades de su alma: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).

Su presencia es fuerte

La presencia de Dios es fuerte, es algo con lo que no se juega. A lo largo de toda la Biblia vemos diferentes ejemplos de cómo vidas son transformadas cuando la presencia del Señor se hace presente. Narra la Biblia, por ejemplo en 2 Samuel 6, que Obed-edom tuvo en su casa el arca del pacto por tres meses y que Jehová lo bendijo durante todo ese tiempo (v. 11).

Sí, sentir la presencia de Dios puede y debe ser un gran anhelo, algo que debemos buscar constantemente, pero sabiendo que nunca se está preparado. El ser humano nunca logrará comprender con su mente la grandeza y el poder de su gloria.

Tenney hace una observación interesante: “en el instante que el profeta Isaías, el siervo elegido de Dios, vio al Rey de gloria, lo que acostumbraba a pensar que era limpio y santo ahora lucía como trapos sucios”. La presencia de Dios trae luz donde había oscuridad, revela lo que está mal para que sea corregido, pero también muestra que nada es tan perfecto como la misma gloria del Padre. Podemos tener cientos de argumentos sobre cómo hacer tal o cual cosa, sobre lo que es correcto o no, pero todo eso queda en evidencia cuando la gloria del Señor se manifiesta.

El apóstol Pablo, cuando era llamado Saulo, creía que perseguir a los cristianos era lo correcto, que era lo que Dios quería, hasta que tuvo un encuentro con Jesús camino a Damasco. Fue esa presencia la que reveló qué era lo que estaba mal en él, fue esa presencia la que cambió la mentalidad del apóstol, es la gloriosa presencia la que transforma las vidas.

Cuando su presencia llena el lugar

El autor cuenta en su libro que en una visita a la iglesia de un pastor amigo, durante un culto en el que él creía ya se había sentido todo de Dios, más de su presencia fue vertida. “Dios vino tan repentinamente en el edificio ese domingo que temíamos hacer algo a menos que Él nos dijera específicamente que lo hiciéramos. Su presencia siempre había estado allí, claro, pero no la presencia manifestada en la manera que experimentamos esa mañana. En esos momentos, todo lo que pudimos hacer fue sentarnos allí, temblando. Incluso, temíamos levantar una ofrenda sin el permiso específico de Dios”.

Cuando la presencia del Señor llena un lugar no hay nada que podamos hacer, por más ocupados que estemos, por más que digamos “pero tengo que seguir con el servicio” o “tengo que seguir tocando mi instrumento”. Nada. La película ya no trata de nosotros, el protagonista ahora es el Señor, su presencia irrumpe en escena con toda su gloria y lo demás pasa a ser secundario. Nos convertimos en extras.

1 Reyes 8:10-11 dice: “Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová”.

Algo sagrado

“Tendía a ser fácil manejar la unción, pero ahora sé que es algo sagrado”, dice el autor, y esa debe ser nuestra conclusión. Debemos ser respetuosos con la presencia de Dios, debemos comprender cuán importante es. Su gloria no debe ser tomada a la ligera o como una simple palara que repetimos desde un micrófono en alusión a algo similar a un estado al que debemos alcanzar. Su gloria es poderosa, no debemos tenerle miedo pero sí temor. Debemos anhelarla conscientes de que jamás estaremos preparados para recibirla, desearla sabiendo que al inundarnos cambiará nuestra vida para siempre.

Anteriormente se mencionó el pasaje de 2 Samuel 6, donde se muestra que Obed-edom disfrutó de las bendiciones del Señor por albergar el arca en su casa. Pero ¿cómo se llegó a eso? El mismo pasaje narra acerca de la intensión de David de llevar el arca a Jerusalén y lo que sucedió en el intento:

“Pusieron el arca de Dios sobre un carro nuevo, y la llevaron de la casa de Abinadab, que estaba en el collado; y Uza y Ahío, hijos de Abinadab, guiaban el carro nuevo. […] Cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo; porque los bueyes tropezaban. Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios” (2 Samuel 6:3, 6-7).

La presencia de Dios es poderosa

¿Aún tenemos dudas de que la presencia de Dios sea poderosa? El rey David tenía la mejor intensión al llevar la presencia de Dios al pueblo, pero en el camino ocurrió un “estallido” de la misma que generó temor en el rey.

Cuando la presencia de Dios se manifiesta nada queda igual. Hemos dicho que la gloria del Señor transforma y da luz, que genera un cambio profundo y para siempre. Insisto en que nunca estaremos preparados para tal cosa, nuestra mente no puede comprender tanto poder, pero no por eso debemos dejar de buscarla, de desear lo que el autor llama “el zarandeo santo de Dios”. ¿Cuántas veces se ha hablado sobre morir al viejo hombre? Eso es exactamente lo que pasa cuando Dios se manifiesta. “Solamente los hombres muertos pueden ver el rostro de Dios, y solamente la carne muerta arrepentida puede tocar su gloria”.

Dios hace tambalear los planes del hombre. Podemos tener muchos programas, formar de hacer o dirigir un culto, podemos intentar manejar la presencia, pero llegará el momento en el que Dios diga “suficiente de hacerlo a su modo, ahora lo haremos a mi manera”, y llegará ese estallido de su gloria que matará todo lo impuro. “Algo siempre muere cuando la gloria de Dios se encuentra con carne viva”.

¿Estamos dispuestos a pagar el costo?

Ahora bien, sabemos que el costo de su presencia es alto, pero, “¿estamos dispuestos a pagar el precio y obedecer la voz de Dios a cualquier precio? ¿Estamos dispuestos a aprender de nuevo cómo manejar las cosas santas de Dios?”.

Quizás estemos satisfechos, cómodos con lo que hasta aquí hemos experimentado, con lo que sabemos acerca de Dios, pero cuando realmente haya hambre, cuando el Espíritu nos empiece a inquietar vamos a entender que eso no es suficiente, que anhelamos más, ese va a ser nuestros “santo tropiezo” y nuestra manera no va a ser suficiente.

“Una vez que decidas regresar la gloria de Dios a su lugar apropiado, estás destinado a dar ese santo tropiezo donde la gloria de Dios aparecerá y matará alguna carne justo enfrente de todos. El verdadero arrepentimiento es una visión de muerte de la carne, terrible para contemplar… demasiado para soportar y muy alto en precio para pagar”.

Pregunto una vez más: ¿estamos dispuestos a pagar lo que sea por la presencia de Dios, incluso si eso significa “morir”, dejar la comodidad, comprometernos a más? “Serás un buscador de Dios si quieres su gloria a cualquier precio”.

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